lunes, 17 de agosto de 2015

Preferencias. Nada más.

 Me gustan los días nublados, con viento frío y música vieja; me gusta no usar paraguas cuando llueve y mojarme de pies a cabeza; me gusta la libertad del baile, la danza del fuego y el vuelo de los pájaros; me gusta apretarme los ojos y ver colores; me gusta el sonido del piano y quien lo toca; me gusta observar a las personas, detenidamente, hasta que me descubren y río...me gusta reír; me gustan los elefantes; me gustan las casas viejas con chimeneas y ventanas con postigos; me gusta pisar las hojas secas del otoño, despacio...y después rápido; me gusta la magia de los niños y las hamacas; me gusta mantener mi vida privada en privado; me gusta el chocolate; me gusta que me mires y que me digas "te quiero"; me gustan los pisos de madera y los espejos grandes; me gusta pintar con inspiración, al aire libre, sin techo; me gusta aprender algo nuevo todos los días; me gustan los abrazos; me gusta la tierra en donde vivo, mi tierra, nuestra tierra; me gusta eso.


Todo él...

Mirarlo a los ojos era perderme. Abandonarme al verde profundo que los envolvía. Una vez entraba en ellos, no podía salir. Me abrazaban con una intensidad abrumadora. Destellos de sol se reflejaban en ellos, revelando las hojas marrones que decoraban aquel verde bosque, dándoles aún más personalidad si cabía. Y los bordeaba una fila de largas y rubias pestañas que los protegían de las ferocidades del mundo exterior.

Todo en aquellos ojos era perfecto.

Un poco más abajo se encontraba su pronunciada nariz, que le daba el toque intelectual a una cara más bien inocente. A cada costado de ésta, sus pequeños y afilados pómulos enmarcaban sus facciones.

Y más abajo todavía, sus labios, siempre rojos, siempre grandes. De aquella boca brotaban las más elocuentes e inteligentes palabras. Las respuestas más vivaces y  las preguntas más acertadas.

Aquel rostro que nunca pude tener.

Todo.


Todo él que nunca pude tener.



Miradas


¿Qué será de esas miradas entre dos extraños?

¿Qué será de nosotros sin conocernos?

Sólo eso.
Un mirada.
Un intercambio silencioso e instantáneo entre dos desconocidos, que saben que nunca va a ser más que eso.

¿Y qué será de nosotros, cuando cada uno se baje en su estación, y nunca más nos veamos?

Sólo quedará la imagen del otro en nuestras cabezas. Sólo quedará en manos de la imaginación la historia que podríamos haber tenido.


¿Dónde quedarán guardadas todas las miradas imposibles de instantes pasajeros?